"Vas bien, decía éste, pero no bailes tan tieso, no es cuestión de
mover sólo los pies. Al dar vueltas tienes que doblarte, así, fíjate
bien -el Bebe se inclinaba, una sonrisa convencional aparecía en su
rostro de leche, su cuerpo giraba sobre un talón y luego, al recobrar la
posición anterior, la sonrisa se esfumaba-. Son trucos, como cambiar de
paso y hacer figuras, pero ya aprenderás eso después. Ahora tienes que
acostumbrarte a llevar a tu pareja como se debe. No tengas miedo, la
chica se da cuenta ahí mismo. Plántale la mano encima, fuerte, con raza.
Déjame llevarte un rato, para que veas. ¿Te das cuenta? Le aprietas la
mano con la izquierda y a medio baile, si notas que te da entrada, le
vas cruzando los dedos y la acercas poquito a poquito, empujándola por
la espalda, pero despacio, suavecito. Para eso tienes que tener bien
plantada la mano desde el principio, no sólo la punta de los dedos, la
mano íntegra, toda la manaza apoyada cerca de los hombros. Después la
vas bajando, como si fuera pura casualidad, como si en cada vuelta la
mano se cayera solita. Si la muchacha se respinga o se echa atrás, te
pones a hablar de cualquier cosa, habla y habla, risa y risa, pero nada
de aflojar la mano. Dale a apretar y a acercarla. Para eso mucha vuelta,
siempre por el mismo lado. El que gira a la derecha no se marca,
aguanta cincuenta vueltas al hilo, pero como ella da vueltas a la
izquierda se marea prontito. Ya verás que apenas le dé vueltas la cabeza
se te pega solita, para sentirse más segura. Entonces puedes bajar la
mano hasta su cintura y cruzarle los dedos sin miedo y hasta juntarle un
poco la cara. ¿Has entendido?"
El vals ha terminado y el tocadiscos emite un crujido monótono. El Bebe lo apaga.
(La ciudad y los perros; Mario Vargas Llosa)
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