jueves, 1 de diciembre de 2011

El Erasmus, ese gran desconocido.

            Señoras, señores, llega el momento en la vida de todo universitario que se precie: la odisea de solicitar un Erasmus.
            En los tiempos que vivimos en nuestra fantástica Universidad de Oviedo, lo malo se acentúa: ya no sólo dependemos de una beca escasa y una administración de dudosa eficacia, sino también de la suerte, porque bolonios y licenciados hemos llegado a nuestro punto de coincidencia y todos queremos plaza para el mismo curso.
           Cualquiera que lo vea desde fuera pensará "Bueno, mejor, así se lo curran". ¡Una mierda, señores, una mierda! La obligación de la administración de la Universidad sería ampliar el número de plazas y convenios para que no tuviese que haber leches por los destinos, pero en vez de eso... "La crisis nos obliga a disminuir la cuantía de las becas". Pues nada, muy bien, luego nos quejamos de que no hay iniciativa entre los estudiantes. ¡No, puñeta, lo que no hay es dinero!

          Uno tiene que pagarse el techo, la comida, los materiales de estudio, el transporte y otros gastos que puedan surgir (y ya no hablo de que termines en el calabozo por una noche loca, sino de necesitar unas botas que resistan la nieve porque no has podido cargar con las tuyas desde aquí -exceso de equipaje-), y tiene que hacerlo todo, según la Universidad, con 200 euros al mes, porque la beca no da para más. Si no tienes algún recurso extra o unos padres con posibles, hasta luego experiencia en el extranjero.
          Las plazas... ¿qué podemos decir de ellas? Distintas carreras de letras, que somos los que más salimos, vamos a tener que pegarnos por ellas si queremos algún destino popular. Me pregunto cuántas plazas habrá en países de habla inglesa respecto al número de alumnos de Licenciatura y Grado que estudien lengua inglesa.
          Por otro lado disponemos de una serie de profesores contacto con las universidades extranjeras que ahora mismo están de baja y no pueden atendernos, de una lista de destinos que no saldrá hasta enero, así que buena suerte con tu prueba de idioma y reza por que no hayan eliminado tu destino cuando llegue el momento, y una carencia de información que han pretendido soliviantar con una reunión de asistencia recomendable fechada, por supuesto, dentro del horario de clases (no vaya a ser que los responsables trabajen más de la cuenta, por favor).
          Por todo esto y algunas cosas más, quiero pedir, en mi primer especial Erasmus, un aplauso para la Universidad de Oviedo. Me río yo del Campus de Excelencia donde los alumnos no sabremos adónde ir hasta que estemos allí y donde la calefacción funciona según quién le esté dando a la manivela ese día.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Pasión

Pasión. Está dentro de todos nosotros. Durmiendo, esperando, y aún sin desearlo, sin pedirlo, se desata, abre sus fauces, y aúlla. Nos habla, nos guía. La pasión nos gobierna a todos, y nosotros obedecemos ¿Qué remedio nos queda? La pasión es la fuente de nuestros mejores momentos, la alegría de vivir, la claridad del odio y el éxtasis del dolor. A veces duele más de lo que podemos soportar. Si pudiéramos vivir sin pasión tal vez encontraríamos algo de paz. Pero estaríamos vacíos. Habitaciones vacías, destartaladas y húmedas. Sin pasión estaríamos realmente muertos.

(BtVS, 2x17)

domingo, 20 de noviembre de 2011

domingo, 6 de noviembre de 2011

Carta a Jennifer, por Lucía Etxebarría

Me dices que estás harta de corrupción, de cargos a dedo, de sueldos vitalicios, de que todos los trabajos que te ofrecen te exijan ocho horas o más de esfuerzo diario a cambio de 420 euros...
Me dices que el 19-N te irás de marcha con tu novio, como cada sábado, y que cuando te levantes con resaca, como cada domingo, pasas millas de ir a hacer el canelo a ningún colegio electoral. A tu novio, el moderno y enrollao, se la pela votar, y tú no vas a ser menos.
Querida: el Parlamento tiene 350 escaños. Ninguno se queda vacío, nunca. Si te abstienes, tu no voto no cuenta en el sistema electoral, ni para mal ni para bien. Tu no voto va al partido más votado, y punto. (Si votas nulo, por cierto, el efecto es el mismo). Vuestra actitud no es ninguna manifestación de rebeldía contra el sistema. Muy al contrario, supone la postura más pro sistema que hay. Sois un par de burgueses y ni siquiera os habíais enterado. Muy fuerte lo vuestro.
Piensa en las pasadas elecciones catalanas: la ganadora absoluta fue la abstención: 48%. Casi la mitad de los catalanes no votaron. Es decir, CiU no se llevó el 30% de los votos de los catalanes. En realidad, sólo le han votado el 15% de los catalanes. Pero sí se ha llevado el 30% de los escaños. CiU está gobernando a los catalanes pese a que el 85% de los catalanes en realidad no les apoya.
En el referéndum para la Constitución europea, casi el 60% de los españoles se quedó en casa. Fue la participación más baja de toda la historia de la democracia. Y la tal Constitución se aprobó pese a que a los españoles nos la trajera floja.
¿Que te planteas votar en blanco? Nena, cuidado con la laca del cardado, que te está afectando a las neuronas. En España no se utiliza un sistema proporcional normal y lógico, en el que cada partido se lleva el tanto por ciento de escaños que ha conseguido en las urnas. En España utilizamos una complicada fórmula matemática, la ley D’Hondt, con una regla de salida básica: si no llegas al 3% de los votos, no entras en el juego (en Valencia, el 5%). Los votos en blanco, aunque no se le reparten a nadie, sí que hacen el saco de votos más grande, con lo que los porcentajes se hacen más pequeños. Así que votar en blanco hace más difícil a los partidos pequeños llegar a obtener escaños, o lo que es lo mismo, hace más fácil a los partidos mayoritarios obtenerlos.
Si tú y tantos como tú votáis, diversificaréis el voto. Y si diversificamos el voto, la ley D’Hondt se hará más difícil de aplicar y menos abusiva. El panorama posible ahora es el de repartir los escaños entre cinco partidos: PP, PSOE, IU, Equo y UPyD. Los tres últimos quedarían eliminados o no muy bien representados debido a la ley D’Hondt. PP y PSOE se repartirían el 70% de los votos restantes. Pero si tú y tantos como tú votan, esos dos partidos ya no lo tendrán tan fácil: favoreceríais que la representación en las cámaras autonómicas y los ayuntamientos fuera más equitativa, y el debate político no sé si más justo, pero desde luego sí más entretenido.
Te propongo que te informes. Hay otros partidos que ni siquiera conoces, cuyo programa no has leído. Vota, lo que sea, pero vota. Eso sí que sería enrollado y molón.

Mad World

lunes, 31 de octubre de 2011

Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

domingo, 30 de octubre de 2011

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no será más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.