viernes, 1 de febrero de 2013

El encanto de los turistas

Queridos míos, hoy vengo para hablaros de una de las partes vitales de cualquier erasmus que se precie: el momento en que recibes la visita de tus amigos españoles. Es un punto maravilloso, ebrio y precioso de la experiencia, lo de recibir a tus amig@s implica volver a recorrer todos los puntos turísticos de rigor que ya visitaste al comienzo de tu viaje y, por supuesto, pillarte al menos una moña cada dos días.
Yo lo he llevado un poco más allá, porque los asturianos somos así: si hacemos las cosas las hacemos bien, y así comencé la visita de mis gochis A, L y C con una resaca implacable (bueno, he de decir que es que la noche anterior mi querida flatmate-futura-médica-alemana se despedía de Budapest para regresar a Leipzig y, claro, yo no podía perdérmelo, que para eso estamos los amigos). Las recogí al pie de un funicular un día de no demasiado frío (pongamos unos dos grados bajo cero a lo sumo) y con un paisaje cubierto de nieve. A, L y C iban, como buenas habitantes acostumbradas al clima tropical de Oviedo (en comparación, lo es, en serio), con al menos unas 3 capas de ropa sobre el cuerpo y la rubia se quejaba de que no sentía los pies dentro de sus carísimas Hunter (me desorino, iban super fashion que te cagas, y yo mientras con mis tracillas habituales).
Ni puta idea de lo que es el frío tienen, ni puta idea, que menos dos grados es un lujo incomparable (y los 9 grados que hubo hoy ya ni os cuento, miedo me da). Pero oye, nada quita la ilusión a los turistas, y a su favor he de decir que se quejaron poco (...). Pululamos por ahí, contra viento, marea, lluvia y nieve, y fuimos a parar a mi casa para repostar antes de que las sacase a cenar por ahí (fascinadas quedaron con lo barato que es comer y beber y lo raro de los bares). Así conocieron a la flatmate que se iba y al que se ha instalado en su cuarto: el italianini (le pusieron el mote sobre la marcha y el pobre hombre morirá con él), que no es que sea ningún derroche de encanto pero por lo menos no es como aquel extraño compañero de piso de Ágave. He de decir que ese día apenas nos moñamos, sólo nos achispamos animosamente con unas cervecillas de medio litro a la cena.
A la mañana siguiente me desperté junto a la rubia en una cama ajena y tardé un rato, no creáis, en recordar dónde puñetas estaba (en su aparta-hostel). No diré nada muy insigne del turisteo realizado, tan sólo un pequeño resumen del final de la tarde y la noche: alcohol.


Empezamos con los chupis, seguimos con champán, unas cervecillas y, para culminar, un palinkazo para el cuerpo que entró como agua al visitar el Instant. Ese día me acosté en mi cama (gracias a Dios). Y sola, que ya os veo las caras, gochus pervertidos.

El despertar del último día a mí me produjo media úlcera, ya os haréis una idea (y encima aquí que casi no bebo -parece lo contrario, lo sé, pero no es verdad; bebo más en Oviedo porque esa ciudad o estás borracho o de noche te deprime-) así que el plan fue medio tranqui, deambulando por la biblioteca y las calles, comiendo bocadillo y haciéndome ida y vuelta al aeropuerto para acompañar a estas gochis que ya se iban. Por cierto, las timaron un poco bastante en el tram porque la revisora les vio la pinta de guiris, vaya kurva apestosa la tia.
En fin, que this is life y así os la he contado. Sé que ahora os arrepentís de haber perdido el tiempo. Jejejejeje, jodeos, que en el fondo no tenéis nada mejor que hacer que leerme.
Frigobesos desde zonas criogénicas.

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