jueves, 29 de septiembre de 2016

La máquina de hacer tontos

   Hace poco he empezado a trabajar en un sitio nuevo. No voy a dar los detalles, pero me toca dar clase de españoles a chicos universitarios estadounidenses a los que, dejémoslo claro desde el principio, se les exige que cursen dos semestres de una lengua extranjera. Eligen el español porque, incluso sin tener el más mínimo interés en aprenderlo o conocer su(s) cultura(s), son conscientes de que la cantidad de hispanohablantes en torno a ellos crece a cada minuto. Y así se forma mi clase de diecinueve estudiantes de ingeniería, cine, comunicación, inglés y química entre otras cosas. Diecinueve estudiantes que no saben, pero que tampoco quieren aprender.
      Estoy preocupada porque me he encontrado con un grupo sin interés por nada que no aparezca en la pantalla de su teléfono y con un programa de estudios que elige tratar a los alumnos como si fueran tontos pero autosuficientes. No entiendo qué criterio se sigue, no entiendo el objetivo de dejar que los estudiantes tengan que aprender la árida gramática mediante los videos online que ofrece el libro de texto y vengan a clase solo a que yo los contemple charlar. No entiendo qué sentido hay en que tengan que escribir una composición en clase, pero puedan hacerlo utilizando el libro de texto. No entiendo desde cuándo los exámenes tienen que contar una historia, porque por lo visto los estudiantes de ahora ya no entienden "Completa los espacios en blanco con el verbo en la forma correcta" si antes no se les dice que "Es el cumpleaños de Horacio. En la fiesta, Manuela y Ana hablan de sus aficiones". No entiendo cómo puede insistirse tantísimo en que el estudiante universitario es un adulto con los mismos derechos de privacidad, respeto y tono que puedan tener una abogada de cincuenta años o un jubilado de setenta, pero que sin embargo sea responsabilidad del profesor repetirles constantemente las fechas de examen especificadas en el programa, la tarea diaria especificada en el programa o que no pueden jugar con el móvil en clase como (adivinen) especifica el programa.
       En España, mi país de origen, se critica constantemente que el programa ya no está orientado a que los estudiantes aprendan, sino a que aprueben, y luego se miran los currículos casi con veneración si incluyen un título de una universidad americana cuando aquí, en realidad, está pasando lo mismo. No exigimos trabajo, esfuerzo ni interés. En su lugar, tratamos a los alumnos como a tontos, ellos ven la ventaja y se hacen los tontos. Y, evidentemente, acaban convirtiéndose en tontos. Este año, he terminado topándome con el engendro surgido de nuestra propia ineptitud: una generación que no solo no sabe sino que además no tiene interés en aprender, chicos que entienden que con un título tendrán un trabajo, con un trabajo tendrán dinero y con dinero, tendrán lo que quieran. Chicos que, de no usar su cerebro, terminarán atrofiados a los cuarenta.
       Ese chiste de "'Disculpe, ¿usted sabe lo que es la ignorancia?', 'Ni lo sé ni me importa'" se ha convertido en la realidad y ahora ya no tiene gracia. Nos quejamos de que la juventud está fatal, que no saben quiénes son sus propios gobernantes, no se involucran y no votan. Comentamos asombrados la cantidad de títulos que acumulan los chicos sin caer en la cuenta de que no han abierto un periódico (o, en su idioma, ni se han leído los hashtags sin memes de Twitter), que no saben (y además les da igual) que esas ciento treinta personas por las que se ponen de perfil la bandera francesa en Facebook son el día a día en Alepo (porque ¿dónde está Alepo? ¿Es bonita su bandera?). En definitiva, vemos crecer una generación de personas que no conocen a García Márquez pero se saben el nombre de todas las Kardashian. Y, después, nos sorprendemos de que alguien como Donald Trump esté tan cerca (tan, tan, tan cerca) de la Presidencia del país más poderoso del mundo.

       Les digo esto para que dejen de venerar lo extranjero como si contara con fuerzas sobrenaturales, porque en todas partes cuecen habas. Estamos creando monstruos sin criterio, sin interés y sin pasión; eventualmente, nos devolverán lo que nos merecemos por no suspenderlos cuando estuvimos a tiempo. Después de todo, salvo que se escriba una enorme F roja en la esquina superior (un suspenso a la americana), nadie va a mirar para ello. Aunque claro, cuando lo hagamos, los chicos solo levantarán la vista del móvil para preguntar por qué la F de Menganita es más grande que la suya.

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