miércoles, 24 de octubre de 2012

Bratislava

Lo sé, no suena a mucho, pero es porque esta parte de Europa suele ser la gran desconocida a la hora de viajar. Quiero decir, nadie dentro de la media común y corriente, cuando busca destinos para sus vacaciones, dice "Oh, ¿adónde podemos ir? Oh, mira, Bratislava, maravilloso, es una tierra preciosa y perfecta para un viaje.". No, hijos míos, nadie lo hace, no os creáis diferentes a la masa porque no lo hago ni yo y para rara, me basto y me sobro.
Entonces coges y les dices a los que se quedaron en la patria "Mañana me voy a Bratislava" y lo entienden todavía menos que cuando les dijiste que te ibas de Erasmus a Hungría ("¿Qué coño se te ha perdido a ti en Hungría, muchacha?"), por lo menos Budapest es bonito en general y eso lo sabe todo el mundo. Coges el tren y te largas con un grupo de amigos que van tan a la deriva en esto como tú (¿quién sabe, antes de ir, qué ver en Bratislava si no lo has investigado? Porque, admitámoslo, no es que tenga una Torre Eiffel, un Big Ben ni un Coliseo...), con la incertidumbre en el cuerpo.
Pero luego llegas y te gusta, porque no tiene nada que ver con la parte de Europa de la que somos nosotros, sucios imperialistas occidentales. Todavía pueden verse los vestigios de años de guerras y miserias, de las épocas soviéticas y además hace un frío del carajo por estas fechas, aunque eso no es inconveniente para descubrir que tiene cosas preciosas y un encanto completamente diferente.


Donde menos te lo esperas surge algo especial, un castillo sumido en la niebla, una iglesia que parece de juguete o un restaurante con mesas que podrían ser altares para sacrificios humanos. Nada que hubieras imaginado encontrar allí. Comes algo típico, cuya descripción en el menú te parece el mal menor de todo lo que has leído hasta ahora, y te das cuenta de que a lo mejor no odias a todas las coles por igual (porque esos buñuelitos estaban buenos, maldita sea), y compruebas que los helados del McDonalds son más baratos allí, así que maldices el resto de ciudades del mundo.
Casi no te percatas de que se te está criogenizando la nariz o de que los padres de los niños de ese parque infantil en el que estás haciendo el retarded con tus amigos os lanzan miradas asesinas. Lo pasas bien, ves lo bonito inesperado, coges un catarro y en un supermercado te enteras de que hay una marca de condones que se llama Pepino.


Vamos, en general y resumiendo, te das cuenta de que, para tu sorpresa, hay vida más allá de las fronteras conocidas, aunque cuando recomiendes visitarlo la gente te mire con cara de "esta piba está loca".
Un poco en el fondo...


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