lunes, 19 de enero de 2015

Hakuna Matata

Es lo que llevo tres días diciéndome. Los fines de semana largos hace que entres en más conexión contigo misma... y con tu compañera de piso. Bueno, compañeras, porque ahora hay otra oriental en mi sofá. Y lleva ahí apalancada una semana; se suponía que se iba hoy, pero vuelve a estar en mi sofá. Creo que se están riendo de mí, porque no quiero ser borde y no me atrevo a preguntar rollo "Oye, tu amiga ¿no se piraba ya?", pero me estoy cabreando porque vivimos tres y solo limpia una. ¿Adivináis cuál?
Estoy mosqueada, menos mal que ha sido un fin de semana cuasi antisocial (salvo por el gocherío y las charadas del sábado por la noche).



Ya, ya lo sé, hace más de un mes que no cuelgo nada. Flagelación, flagelación. Tostador, Mono, mono, lencería (esto es una ilustración de mis procesos mentales tras la taranga de Nochevieja).

Acabar el semestre fue como hacer un sprint, con las entregas de trabajos, corregir los exámenes finales, comprar los regalos de Navidad y todos esos rollos que todo el mundo desearía evitar comiendo palomitas y viendo la tele en su casa (yo lo haría ahora mismo en mi sofá si no estuviese OCUPADO). Gracias a Dios o lo que sea, luego fue cosa de fiesta, aviones y panderetas.
En primer lugar, porque J se apunta a un bombardeo si la dejan: ¿vamos a la fiesta de F y C en su casa? ¡Claro! ¿Me puedo quedar a dormir contigo? ¡Por supuesto! ¿Desayunamos gochuno a lo bonzo y nos vamos de compras? ¡Naturalmente!
Lo bueno que tiene es que jamás llegamos a conflicto.
Ya os podéis imaginar el fin de semana antes de coger el avión, hice la maleta como quien juega al tetris y bostezando y me fui de casa (literalmente).

El viaje fue de traca, porque consistió en dos trenes hasta el aeropuerto, un avión de ocho horas y un tren de 5 hasta Oviedo. Para cuando llegué a los brazos de mi entusiasta familia, ya no sentía ni padecía. La peor parte fue sin duda en el tren a Oviedo, que se me sentó al lado un paisano de Palencia que no paró de hablarme de sus nietos ingenieros mientras yo agonizaba tras 24 horas sin dormir y un remake de La bella y la bestia en francés.

El caso es que Oviedo me dejó dormir 13 horas esa noche, para que Nochebuena fuese contundente, con esos karaokes que nos gustan tanto en la familia hasta las 5 de la mañana. Claro, una se emociona por ver a los abuelos, a los tíos y a los primos... y pasa lo que pasa (que acaba cantando a Melendi). Añadidle el hecho de que me bajé media botella de vino en la cena y una botella de cava tras los postres e imaginaos mi estado el día de Navidad: pensé que había muerto y estaba camino a la ultratumba.


Afortunadamente para mí, mis Filólogos Sin Fronteras estaban decididos a inmunizarme contra las resacas y decidieron provocarme otra al día siguiente. Yo iba con esta idea de "aún tengo jet lag, me tomo unas cerves, echo unas risas y para casa". Y lo hice. Hasta las 6 de la mañana, concretamente.

Por si fuera poco y para no perder ritmo, al día siguiente tuve espichota en el Terrastur con las sospechosas habituales... y Hugo (siempre lo añadimos al final de la frase, rollo corolario). Esperad que lo mejor llega ahora: tras una noche de locura y desenfreno (y bailar a saltos en la Radio durante unas dos horas), Hugo nos lleva a casa, me deja la última y nos quedamos de tertulia en el coche. Como somos unos genios, a ninguno de los dos nos da la cabeza para apagar la radio ni las luces hasta pasado un buen rato, un buen rato largo. Y cuando el señor va a arrancar una hora más tarde... ¡tachán, tachán! Se ha quedado sin batería. Y ya nos veis llamando al seguro para que vengan a poner las pinzas y toda la vaina. Total, que para cuando consigo meterme en la cama son casi las nueve de la mañana y mi reloj interno está bailando una chirigota porque ya no sabe si es de día, de noche, azul, verde o amarillo.

Pero bueno, por suerte, esto de que te presten atención es cosa de los primeros días, que luego se pasa la novedad y vuelves a ser el mismo despojo que siempre han tratado (cuando se dan cuenta de que has vuelto sin cicatrices ni marido rico). Eso sí, mamá y papá muy tiernos todo el tiempo con el "¿Qué quieres comer hoy?" que para mí es lo más grande que existe como muestra de afecto.
Y los días se fueron volando del calendario entre pitos y flautas (y mi hermana pequeña bailando por la casa, porque ahora va a ser bailarina profesional o mono de feria, lo que le ofrezcan antes).


La Nochevieja... bueno, ya sabéis cómo son estas cosas. Vamos a dejarlo en que vi y viví cosas que jamás habría pensado (principalmente porque tengo mejores cosas en que pensar), pero que me servirán algún día para un best-seller o para pagarle la universidad al hijo de algún psiquiatra. Menos mal que no hay nada que no cure un chocolate con churros y dormir hasta las cuatro de la tarde, aunque te levantes con mensajes en código. Mira que Neruda fue muy claro con su "Me gusta cuando callas". Si es que no se nos pega nada de lo bueno...
Por consiguiente a la juerga, y como suele ser tradicional, pasé los tres días siguientes con un gripazo que Dios tirita. Daba una penica verme...

Mientras estaba aún con el clínex en la mano, llegó Ágave, que es como mi hada madrina de la cordura y la indecencia (porque sí, niños, la mayor parte de las veces van de la mano). Vino con ganas de cafetear mucho y cotillear aún más, aunque siendo Oviedo como es, bien poco había para cubrir lo último. Poco, que no nada; siempre hay buenos temas que tratar comiendo churros, que es lo más español que conozco aparte de la tortilla, las señoras con bolsas de plástico en la cabeza cuando llueve y los malos doblajes televisivos.

Como podréis imaginar, después de tres semanas de vacaciones con este percal (al que añadiremos el haber obtenido al fin el título de la carrera -el mío es de edición nueva, firmado por Felipín, mientras que el de Sara es vintage, de Juanca-), volver a Philly no ha sido nada fácil. Bueno, a ver, en parte sí (ciudad grande, cosas que hacer, vida vida), pero en parte no, por eso de que la familia te despide en la estación de tren, te hacen llorar (cabrones) y te vuelve a tocar tomar comida de avión (que no es carne ni pescado, sino ambas cosas y todo lo contrario a la vez). Por suerte siempre se puede contar con J y A para sacarte de brunch ya el primer día, a gochear como nos pide el cuerpo, pasar frío y callejear en los alrededores del río congelado.

Y luego ya son todo clases, becas que tienes que echar pero no estás preparada, volver a la rutina, conocer a tus alumnos nuevos (que también tienen cara de susto, me dan ganas de golpearlos con un arenque) y comer patatas fritas con salsa ranchera antes de ir a echarte a los sofás de la sala de billares. Para todo lo demás, mastercard.

Básicamente, en esas andamos. Me voy, que es mazo tarde y yo mañana tengo clase de italiano, pero os dejo con un consejo para el nuevo año de la más grande: Lorelai Gilmore:


Abrazos para todos menos para los que no lloráis con la muerte de Mufasa, eso es de mala gente.

PD. Los Reyes molaron, pero desde que mi hermana ha crecido y ya no cree en la magia, han perdido cierto encanto...

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