miércoles, 22 de agosto de 2012

Puntos de inflexión

Cuando estás al borde del Erasmus (que es como decir "del ataque de nervios"), y me refiero a los tres meses de verano previos, hay varios puntos de inflexión a los que tienes que enfrentarte.
"Despedidas" estaréis pensando, "decir adiós a la familia, a los amigos, sin saber si volverás por Navidades o si te secuestrarán unos compañeros de piso locos que acabarán tirando tu cuerpo a un río" (lo de morir a manos de tu compañero de piso parece que se estila bastante, no es que yo me lo esté inventando, y a los noticiarios me remito); quizás algunos piensen "Miedo, ¡miedo! Miedo a irte a una ciudad extraña, puede que sin tener siquiera un techo a tu llegada y probablemente no entendiendo muy bien lo que te digan en extrañas lenguas extranjeras" (más aún si eres como yo, que en vez de elegir un destino normal, coges y te vas a Hungría -con lo bien que está Alemania en esta época del año...-).
Voy a romper vuestra burbuja, queridos. Los puntos de inflexión no son ni las despedidas (punto que tocaré más tarde) ni el miedo (este no voy ni a tocarlo, porque se me sube un no sé qué por el esófago que no veas), son básicamente otras dos cosas: tu madre y tus maletas.
Tu madre, esa entrañable criatura que te dio la vida (y ahora te la roba lentamente... no, es broma -creo-) y que considera que tu salida del nido es la primera (o sexta u octava si ya te ha salido barba) señal de que ya no eres un crío, de que no te quedan más que dos telediarios para que te largues ya definitivamente (aunque tal y como está la cosa, pongamos diez telediarios y una tanda de anuncios de Antena 3) y entonces comienza a tener esos momentos tiernos de "Ay, te voy a echar de menos, cariño", "¿Por qué no vienes a pasar un ratito conmigo al salón?" y similares. Luego eso deriva a "Apunta, que he buscado los teléfonos de todas las embajadas, Emergencias, Polícia, Bomberos, Ambulancias, las direcciones de todos los hospitales y los horarios de siete farmacias, por si alguna te falla. Y llévate una chaqueta, que luego refresca.". No sé vosotros, pero a mí eso de que me saquen de casa, ya pensando en que voy a necesitar una ambulancia y una embajada, malo. Un padre, sin embargo, hace un gesto de victoria y dice "¡Una menos! Sólo queda la pequeña.".
Y las maletas, ¡ay, las maletas! Mete un año de calor, frío glacial, lluvia, viento, clases, fiestas y demás en maletas... No, en serio, mételo, te reto. Y más todavía con los límites de peso de Ryanair, que son unos zorros quisquillosos y petardos. Los odio, a todos. Ni siquiera te dan cacahuetes en el vuelo. Cabrones.
Esos son los puntos clave. Luego, claro, quedan otras pequeñas cosas que te llevan friendo ya un tiempo: los papeleos de la Universidad, cuyos administrativos no tienen ni idea de lo que hay que hacer ni  de cómo hay que hacerlo; solicitudes de becas para costearte este pifostio, porque no es otra cosa, y tener que esperar horas en colas para pedir/entregar papeles; despedirte de la gente... Gente a la que ves menos cuando estás aquí que cuando te vas te dice que "tenemos que quedar, tía, que te marchas". Vamos a ver, si no te veo durante el año, ¿qué te hace pensar que voy a querer hacerlo ahora? Cruel, sí, pero la cuenta atrás pone de los nervios; tengo muchas cosas que hacer, ¡no me des la murga!
¿Se me nota mucho que me voy pasado mañana? ¿Que tengo una maleta por cerrar? ¿Que todavía no he encontrado alguien la Universidad capaz de contestarme a una sencilla pregunta? ¿Que aún no tengo un sitio donde vivir en mi destino?
Pues nada, ya os iré contando, porque la cosa promete. Quiero decir, no hablo ni gota de húngaro, esto va a ser divertido.

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