miércoles, 29 de agosto de 2012

Dejarlos ir

Dicen que no hay cosa más dura que ver partir a los hijos. Bueno, pues no es verdad: es ver partir a los padres.
Pensaréis que estoy chiflada, pero es la verdad; aun cuando disfrutas de la soledad cuando estás en casa y te pone de los nervios que tu madre ande entrando, saliendo y dándote la chapa con las cosas todo el día, en el momento en que te ves en una ciudad extranjera sin saber cuándo volverás a casa seguro, ver marchar a tus padres te deja un vacío existencial.
No ayuda nada que haga ya 10 días que no ves a tu hermana pequeña ni que a tu madre se le salten las lágrimas ni que tu padre te abrace como si te fueras a la guerra. Tampoco ayuda llegar a tu nuevo cuarto y darte cuenta de que no conoces a nadie en esa ciudad y que no entiendes a la gente cuando te habla, que no tienes clases en las que conocer gente y ocuparte hasta dentro de 10 días ni que todo el mundo que ves por ahí parezca tener algo que hacer todo el rato. No ayuda, no ayuda, no ayuda.
Echas de menos tu casa, tu cuarto, tu nevera y tu baño. Echas de menos a tus padres cuando pensabas que no iba a pasarte (porque... ¿para qué te vas de Erasmus si no es para, en parte, gozar de la vida independiente también?). Todo es extraño e intentas mantenerte ocupada para no notarlo mucho, pero cuando te paras cinco minutos, ahí está.
A lo mejor es sólo aburrimiento, pero a mí el aburrimiento no me ha hecho llorar nunca como hoy al deshacer las maletas. Menuda estúpida estoy hecha cuando tengo el síndrome premenstrual.

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